Aquí entre nos (En voz de Melibea) Un día escribiré mis memorias, ¿quién que se respete no lo hace? Y allí estará todo. Estará el esmalte de las uñas revuelto con Pavese y Pavese con las agujas y una que otra cuenta de mercado. Donde debieran estar los pensamientos sublimes pintaré tus labios a punto de decirme buenos días todos los días. Donde haya que anotar lo más importante recordaré un almuerzo cualquiera llegando al corazón de una alcachofa, hoja por hoja. Y de resto, llenaré las páginas que me falten con esas memorias que me espera entre cirios, muchas flores y descanse en paz.
El silencio (En voz de Melibea) — Parece verde — es verde — ¿es verde? — sí, es verde — verde — ¿te gusta el verde? — me gusta el verde — ¿cualquier verde? — no, el verde solamente — ¿por qué el verde? — porque es verde — ¿y si no fuera verde? — no, solo me gusta el verde — ¿solo el verde entonces — sí, solo el verde — es lindo el verde — sí, el verde es lindo — claro, el verde — sí, el verde
Tengo miedo
Encuentros con el enemigo (En voz de D. J. A) Ocurre ya bien entrada la noche. De repente los motivos del día quedan en suspenso. Una música que en otras horas le hubiera traído nostalgias impacientes la oye ahora como palabras y palabras. Llama por teléfono a alguien y alguien no está o sí pero es igual. Piensa en el que ama y ve con claridad que ese amor es la violeta del sueño que no existe. Los rostros perdidos vienen uno a uno a su memoria, indiferentes los mira y los deja pasar de largo. Entonces ocurre el miedo porque sí y ya nada queda sino el abandono. A la mañana siguiente, irresponsable y cotidiana, amará de nuevo y sin pudor a todos los fantasmas de la noche pasada.
Bogotá 1982 (En voz de D. J. A) Nadie mira a nadie de frente, de norte a sur la desconfianza, el recelo entre sonrisas y cuidadas cortesías. Turbios el aire y el miedo en todos los zaguanes y ascensores, en las camas. Una lluvia floja cae como diluvio: ciudad de mundo que no conocerá la alegría. Olores blandos que recuerdos parecen tras tantos años que en el aire están. Ciudad a medio hacer, siempre a punto de parecerse a algo como una muchacha que comienza a menstruar, precaria, sin belleza alguna. Patios decimonónicos con geranios donde ancianas señoras todavía sirven chocolate; patios de inquilinato en los que habitan calcinados la mugre y el dolor. En las calles empinadas y siempre crepusculares, luz opaca como filtrada por sementinas láminas de alabastro, ocurren escenas tan familiares como la muerte y el amor; estas calles son el laberinto donde he de andar y desandar todos los pasos que al final serán mi vida. Grises las paredes, los árboles y de los habitantes el aire de la frente a los pies. A lo lejos el verde existe, un verde metálico y sereno, un verde Patinir de laguna o río, y tras los cerros tal vez puede verse el sol. La ciudad que amo se parece demasiado a mi vida; nos unen el cansancio y el tedio de la convivencia pero también la costumbre irremplazable y el viento.
la mesa que reúne sobre ella cosas banales como el mantel y los vasos, el lomo lechoso de los cerros al amanecer, una luz que recibe la luz oblicua de la tarde, la alcachofa que yace deshojada en un plato.
La vida es esto que muere:
una mano alzándose que ya es polvo y raíces, la palabra que se venga del desamor y la derrota, el olor de un jabón frotado a los 10 años, esta tierra herida que contiene huesos y naúfragos.
El cielo y su infierno, odio y amor, la dicha y la desdicha, el color de la luz, son el desencuentro de todas esas cosas que dicta mi oscuro e incierto corazón.
Preguntas a un recuerdo (En voz de D. J. A) I El recuerdo no es un mueble viejo que se mira a veces al pasar, se roza de cuando en cuando y se le limpia el polvo alguna tarde. El recuerdo tiene vida, respira, busca, interroga, acecha. Recoge cosas por el camino, inventa calles y palabras, bebe de la luz, de los desastres. Se mira en un espejo compasivo, se alimenta del deseo. Puebla nuestra vida a su antojo, no tiene geografía conocida. Nadie sabe cuándo comienza un recuerdo, nadie sabe si esta mañana y su luz serán recuerdo.
II Años después como quien tantea a oscuras, pregunto: ¿nos bañamos desnudos bajo la ducha, llenos de risa, en ese hotel decimonónico de Leningrado? Recuerdo el color de la luz, las resbaladas caricias. Recuerdo y no recuerdo, tropiezo entre la lucidez y el engaño, entre unas paredes irreales y el olor almendrado del jabón.
A veces creo que se rozaron los cuerpos mojados, a veces veo sólo caer la nieve sobre la cara metálica del Pushkin solitario que vive su eternidad en un jardín cercano.
Soy hija de Benito Mussolini y de alguna actriz de los años 40 que cantaba la “Giovinezza”. Hiroshima encendió el cielo el día de mi nacimiento y a mi cuna llegaron, Hados implacables, un hombre con muchas páginas acariciadas donde yacían versos de amor y de muerte; la voz furiosa de Pablo Neruda; bajo su corona de ceniza, Wilde bello y maldito, habló del esplendor de la Vida y de la seducción fatal de la Derrota; alguien grito “muera la inteligencia”, pero en ese mismo instante Albert Camus decía palabras que eran de acero y de luz; la Pasión ardía en la frente de Mishima; una desconocida sombra o máscara, puso en mi corazón el Paraíso Perdido y un verso; “par delicatesse j’ai perdu ma vie”. Caía la lluvia triste de Vallejo se apagaba en el viento la llama de Porfirio; en el aire el furor de las balas que iban de Cúcuta a Leticia, se cruzaban con los cañones de “Casablanca” y las palabras de su canción melancólica: El tiempo pasa, un beso no es más que un beso... Así me fue entregado el mundo. Esas cosas de horror, música y alma han cifrado mis días y mis sueños.
«Mon Semblable» (En voz de Jotamario Arbeláez) Lector de estos versos: sé que vas a leerlos porque esperas que te digan aquello que quieres oír y nada más. Tal vez esa palabra próxima que te roce lo mismo que otra caricia ya imposible. Tal vez esa palabra próxima que te roce lo mismo que otra caricia ya imposible. Tal vez esa palabra destruida que te regrese al olor perdido de un jabón o un río. Tal vez esa palabra irrevocable que te ponga ante los ojos una cara que ahora es ceniza. Tal vez esa palabra ajena que te diga igual que aquellas con las que ardiste en otro tiempo. Pero no las hallarás aquí: también las he perdido para siempre. Yacen ta entre la tumba que me espera.
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